sábado, 10 de octubre de 2009

Porque Obama sí merece el Premio Nobel de la Paz…

Como muchos de vosotros, hoy, viernes 9 de Octubre, me he levantado con la noticia de que al Presidente Obama le habían otorgado el premio Nobel de la Paz. Y estoy seguro que, como a muchos de vosotros, lo primero que se me ha venido a la cabeza es el interrogante temporal "¿tan pronto?" "¿Ya?" Expresiones muy similares con las que otro premio Nobel, Lech Walessa, parece haber recibido la noticia.

Y yo también recordaba la cantidad pendiente de asuntos internacionales que esperan solución y que han carecido de ella durante muchos años. En nueve meses de mandato Obama no ha tenido todavía tiempo de acercarse al cierre de ninguno de ellos.

Luego, ¿por qué tanta prisa?

Enlistemos algunos de estos asuntos que a todos nos suenan familiares: el conflicto árabe-israelí, Iraq, la división Occidente-Islam, Iran, Corea del Norte y la proliferación de armas de destrucción masiva, el cambio climático, las relaciones con autocracias como China y como Rusia. Y yo pensaba, digo, qué cantidad ingente de asuntos sin digerir que a mí me llevaría una vida sobre ellos pensar antes de ser capaz de proponer una solución acertada. Se escapan de mi comprensión las posibles soluciones de cada uno de ellos. Y he aquí que Obama trata de resolverlos todos al unísono, al mismo tiempo, Fuenteovejuna, hombre de plástico que muda de un terreno a otro con asombrosa flexibilidad, malabarista con nueve bolas al que le falta tiempo para lanzar cuatro cuando ya cinco caen. Más los frentes que tiene abiertos a nivel doméstico (economía y reforma sanitaria principalmente).

Ergo resueltos, de entre estos problemas, no hay muchos.

Y, seguía mi discurrir, en ninguno hay un avance concreto. Ergo, proseguía éste, es un premio inmerecido: no podemos otorgar un Nobel a un compendio de desiderátum por muy ético que nos parezca.

Sí es cierto que los más optimistas vislumbran brotes verdes y azules: el inicio de las conversaciones sobre el programa nuclear de Irán, un acercamiento sensato a Rusia, la decisión de Corea del Norte de volver a la mesa de negociaciones tras las presiones de China, una cumbre en Copenhague que está a la vuelta de la esquina sobre la reducción de CO2 y un Senado estadounidense que puede (o puede no) tramitar un proyecto de reducción de emisiones, un Iraq más estabilizado con un ejército iraquí que asume responsabilidades, un conato de acercamiento entre árabes e israelíes impulsado por las decisiones de la administración estadounidense de parar su política de "laissez faire" a los israelíes en los asentamientos de Cisjordania al tiempo que obliga a su gobierno de derechas a aceptar a regañadientes la existencia de un estado palestino, un multilateralismo estadounidense al que no estamos acostumbrados pero que desde África (discurso en Ghana) y desde los países musulmanes (discurso de El Cairo) se aplaude.

Los problemas son muchos, variados, y lo que ha habido no son más que alentadores (algunos dirían que escasamente) inicios.

Y sigo, bueno, ha cambiado la retórica, ha cambiado el lenguaje, ha cambiado la palabra. Y si como lector soy fiel creyente en el poder de ésta, esto ya es per se notable. Hemos pasado de ser la nación indispensable de Bill Clinton (si los EEUU no existieran, el mundo tendría que inventarlos) a un Barack Obama que reconoce la necesidad de pedir ayuda para afrontar problemas globales.

No vamos a dar pues, me decía, un Nobel a alguien que sólo ha mostrado energía y resolución pero que, a fecha de hoy, nada tangible ha conseguido por mucho cambio de discurso que haya provocado.

Mis argumentos me parecían a mi mismo convincentes. Estaba muy orgulloso de ellos.

Pero, claro, seguía mi mente, viniendo de donde veníamos, era fácil destacar. Tras ochos años en los que EEUU ha actuado en solitario con una manifiesto desprecio por cualquier norma internacional y con una actitud petulante que impedía cualquier tipo de acuerdo, el primer tipo sensato que se sentará en el trono imperial no podía más que sobresalir.

Y luego me he dicho, "¡qué fácil resulta hacer política internacional cuando se es sensato y uno se aleja de extremismos!" Diálogo, diplomacia, multilateralismo al tiempo que pragmatismo, no dejarse llevar por imágenes y percepciones preconcebidas. Ni excesos neoconservadores de los últimos años ni los otros excesos de una política ingenua cargada de buenas intenciones pero alejada de la realidad.

"Pero, claro", me decía, y en estos momentos una luz de una zona oscura de mi cabeza se encendía, "viendo cómo ha sido el panorama político estadounidense en los últimos años la verdad es que es muy difícil ser sensato. Con tantos ataques viscerales tanto de un lado como del otro (aunque aquí debo reconocer que soy más partícipe de la narrativa demócrata), con la necesidad de re-elegirse, con tantos intereses creados la independencia y el buen criterio se diluyen dentro de la amalgama diaria de una lucha política enconada. Cualquier descuido, cualquier desliz fuera de la zona segura de lo políticamente correcto conllevo riesgo de exclusión. Ergo por socialización y adaptación, el político que llega, al llegar se vuelve cauto y no arriesga."

Si cada presidente que arriba debe guardarse bien las espaldas, balancear distintos intereses, asegurarse la reelección cortejando a diversos grupos y no alienando a otros, tomando siempre medidas incrementalistas que no alteren profundamente el status quo (porque nadie quiere cambiar lo que a su beneficio está), lo más difícil de todo es ser sensato. Es más fácil ser apocado, no buscar máximos absolutos sino locales, medidas del paso a paso, no salirse de lo establecido, no desafiar el status quo. En definitiva, un Presidente trata de ser reelegido y eso significa que o bien no confrontará grandes intereses o bien ya habrá sido previamente cooptado como alguien que con ellos simpatiza (es decir, que sólo llegan hasta allá los que dan su expresa o tácita aquiescencia con el status quo). No alienar al lobby judío, no hacer lo propio con los cubanos de Miami, no recortar beneficios a aquellos cuyo peso político, directo o indirecto, es enorme.

La luz en mi cabeza acrecentaba su intensidad.

Y acababa diciendo "es que, en política, es difícil ser sensato." Un estructuralista diría "un presidente hace lo que un presidente tiene que hacer" que es algo así como decir que debe asegurarse la reelección y no gastar capital político en aquello que no le beneficia directamente, no salirse pues de esa zona segura.

Ergo, y aquí es cuando la luz ha cobrado fuerza por si misma, si ser sensato es precisamente lo difícil, la tarea de Obama es digna de admiración. O bien se está poniendo la capa por montera y ha decidido sacrificarse por las causas que él considera merecedoras de ello (lo que equivaldría a un suicidio político y Obama da la impresión de ser demasiado listo y ambicioso como para cometer semejante tontería) o bien su habilidad reside precisamente en no haberse comprometido con el antiguo status quo para ahora tener libertad de acción en aquellas zonas que de ésta requieren.

Si ser sensato, repito, es la excepción, Obama entonces merece un reconocimiento. Hacer elecciones en puestos tan altos es extraordinariamente complejo. Balancearse entre el imperativo moral y un cómodo pragmatismo no es tarea fácil. Y si un premio como el de hoy significa el reconocimiento de que a veces consideraciones éticas deben prevalecer, el Nobel entonces, digo, bienvenido sea.