Empezó este blog en Septiembre del 2009 con las elecciones a la alcaldía de la ciudad de Nueva York y su campaña electoral. Luego prosiguió con política estadounidense y algo de española. Ahora experimentaremos con un listado de los mejores artículos diarios de opinión de la prensa española hasta el 20N. Cada día, a eso de las 8 am, con un café, sabremos en qué piensa España.
I have been doing some readings on the just use of force, intervention and military strikes. Extremely theoretical, so I feel kind of exhausted. However, I wrote something about Iran and its nuclear aspiration, what seems to increasingly concern the public opinion.
Let me share with you a couple of excerpts of this unfinished paper/research.
¡Saludos!
On the moral judgment of Motives and Ends
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They are the answer to the following question: what do we intend to obtain by the implementation of such measures? And this is an important debate to have, as normally we focus our attention on means and disregard the motive, as the latter seems obvious to us and not worth our time in sound deliberation.
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The classic example of this unwillingness to discuss the motives and the ends is the Melian dialogue at the History of the Peloponnesian War, where the brutish Athenian generals refuse to enter into a debate of the necessity of the actions they are about to undertake. For them these actions are the indispensable and inevitable steps towards granting security to the Athenian people they defend, and no negotiation on them can be even started. But Walzer warns us about that “necessity” as more often than not this judgment comes from man-made decisions, product of deliberation, appraisal of consequences and strategic considerations that have nothing inevitable or indispensable, “for inevitability here is mediated by a process of political deliberation, (…) [and we cannot know] what was inevitable until that process has been completed.”
It is thus important to emphasize a sound debate on the ends and the motives we are seeking with these measures short of force, for they can very easily be assumed to be fixed and therefore constrain our choice of policy.
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To my thinking, a striking example of this issue is the current claimed necessity of preventing Iran from developing nuclear capabilities. (...) The widely-assumed, vital necessity of that goal leads us to think that anything short of that would be a disaster. Without entering into the debate, I contend that we too often narrow our choice of policy because of this incapability to reflect upon well-intentioned-but-rather-precipitous goals of total disarmament. (...) The right policy in this case does not seem to be a full-fledged invasion or a surgical military strike, and we tend to think in those terms because we do not upfront deliberate on our motives and ends. A nuclear-free Iran is clearly desirable, but short of that and aiming for a wider goal (regional stability, international peace), a stronger NATO’s commitment to defend the Gulf states, a closer military relationship US-Israel with provisions for the latter of second-strike capabilities, or counterbalance regional efforts seem now more reasonable policies that cast some light on the pretended vital necessity of the aforementioned goal.
(...)
Paraphrasing Kennedy, there are three possibilities in descending order of preference: an Iran with no nuclear capabilities, a Cold-War style deterrence in Central Asia, or the violent unpredictable upheaval that will ensue any military intervention. We ought to aim at the first, but we cannot really renounce the second until we are sure we can avoid the third.
Es curioso que las campañas electorales compartan algunas de las características de un conflicto, de una guerra. Para empezar, la designación de los principales movimientos, campañas, no es mera casualidad. Una campaña electoral no es nada más que una guerra cívica en la que ambas partes han decidido jugar dentro de un marco ético y jurídico preestablecido. Hay cosas dentro de él que no se pueden hacer. Bueno, que no se pueden hacer hasta que alguien las hace (Bush vs. Gore 2000).
Así, una campaña está limitada por normas jurídicas y otras éticas: lo que no se puede hacer (está prohibido) y lo que no se debe hacer (está mal visto). En una guerra esa limitación es más tenue y es discutible si existe o no (aunque alguien podría argumentar que, recién cumplidos 60 años de las convenciones de Ginebra sobre derecho de guerra, dicha polémica está ahora en alza: Iraq, Afganistán, el rescate de Ingrid Betancourt por parte del ejército colombiano empleando distintivos de la Cruz Roja).
En las campañas hay ciertas cosas que no puedes hacer legalmente: no puedes, por ejemplo, gastar más de 120,000 dólares en una elección para concejal de un distrito de NY (hay un límite en la cantidad de dinero que se puede derrochar en una elección); no puedes utilizar o aceptar voluntarios que vengan en nombre de asociaciones sin ánimo de lucro que hayan recibido dinero del Consejo Municipal o de la Oficina del Alcalde (porque si eres el incumbent, el que actualmente está en el puesto, partes con ventaja pues probablemente tengas muy buenas conexiones con la dirección de esas organizaciones – unions (sindicatos), lobbies, asociaciones de vecinos, etc.).
Y hay otras cosas que moralmente no deberías hacer: una campaña negativa, insultar, crispar de manera gratuita… Pero nadie te puede llevar a juicio por ello (a no ser que cometas excesos).
Un apunte: algunos estados han adoptado leyes conocidas como “tell-a-lie, lose-your-job statutes,” que tratan de eliminar las campañas deshonestas. Una ley de California de 1984, por ejemplo, puede expulsar a un político de su escaño/cargo si un jurado considera que ataques injustos y calumniosos fueron “la causa mayor de su victoria.” Desafortunadamente, como muy bien habrán visto los licenciados en derecho, es extremadamente difícil probar que una distorsión de la realidad, una calumnia o una mentira fueron las razones del éxito electoral del acusado.
Sin embargo muchas veces tenemos la impresión de que si no entramos en ese juego, saldremos perjudicados, el resultado final será adverso y se nos quedará cara de tonto. Como decía un viejo profesor, “nice guys finish last.” Dura esta frase. Si aceptas consideraciones éticas a la hora de decidir qué tienes que hacer para ganar, tienes muchas posibilidades de acabar perdiendo. George Kennan, diplomático estadounidense, decía que the conduct of nations is not fit for moral considerations. Y la política doméstica tiene mucho de internacional. Pero esto nos lleva a otras disquisiciones más profundas dignas de otra entrada.
En unas elecciones pues un entramado de reglas constriñe nuestras opciones.
A priori en una guerra cada bando puede hacer lo que quiera. No hay límites. Como dijo el coronel Sherman antes de quemar Atlanta en la Guerra de Secesión Americana, “war is hell.” No hay opciones. You do what you have to do. Haces lo que tienes que hacer. Y fallar al hacerlo implica ser derrotado. No hay por tanto (no debe haber) límites a la acción.
¿O sí? La obligatoriedad de proteger a la población civil, los derechos de los prisioneros de guerra (POW), la doctrina del doble efecto y la doble intención (más adelante ya comentaré ambas) son ejemplos clásicos de cómo incluso en una guerra hay ciertas actos que no realizamos, que nos repugnan. Michael Walzer, un filósofo americano padrino de Doyle, dice que “wars are social constructions” y como construcciones sociales, las guerras tienen un perímetro definido de acción. Este es un tema largo y apasionante.
Perdonad esta pequeña digresión. No quiero distraeros de la dirección actual.
Ergo aunque parezca obvio, la principal diferencia entre un conflicto y una campaña política es que en aquél no existen los límites que sí aparecen en ésta.
Pero, a pesar de esa diferencia, hay dos características extraordinariamente importantes que comparten guerras y contiendas electorales, que marcan estructuralmente el desarrollo de ambas.
Son anárquicas (más en el caso de un conflicto, menos en el de una campaña electoral aunque se puede decir que ésta es anárquica dentro de un marco más reducido de acción – p.ej., no puedes asesinar a los rivales) y, sobretodo, hincapié hago, en ambas, en guerras y en campañas políticas, careces de información sobre el contrincante.
Esto último es lo más interesante.
Y es que no sabes qué está haciendo el otro. Nunca sabes a ciencia cierta qué tienes que hacer para ganar porque dependes de lo que esté haciendo tu contrincante. Y en la mayoría de las situaciones no lo vas a saber (a no ser que tengas espías en la otra campaña o quintacolumnistas en el otro bando – por cierto, nosotros tenemos un espía. Ya lo contaré luego).
En una guerra gana el que menos duerme, el que dispara una bala más, el que aprieta los dientes un instante más, el que resiste un poco mejor el frío, ceteris paribus, por supuesto. En una campaña electoral gana el que coge el teléfono y hace otra llamada de teléfono (persuassion call) en el último segundo, el que sale a pedir el voto un día más que su contrincante, el que estruja de manera más eficiente los 120,000 dólares de que dispone, el que consigue reclutar un voluntario más que hace las últimas 10 llamadas de la campaña que convencen a 7 de esos 10 a salir a votar y hace que el ajustado resultado pase de 3 en contra a 4 a favor.
Call Time at the Campaign Office
En ambas situaciones el no saber qué está haciendo el otro, qué va a hacer, es una migraña continua. Esa ausencia de información hace que ambos jugadores se dejen la piel hasta el último minuto, que no haya límite en la acción. Y así acabamos en las campañas, trabajando 20 horas al día en las últimas tres semanas porque es omnipresente la sensación de que si no hacemos lo que estamos haciendo (por muy inútil que pueda parecer a un tercer espectador), perdemos, que si paramos por un instante la derrota será ominosa. Y ante la duda, vuelves a marcar el número de un votante al que no has contactado todavía, el número de un líder de la comunidad que tiene buena reputación y que aún apoyando tu causa todavía no se ha manifestado públicamente e intentas convencerlo a las 12 de la noche del día antes de la elección de que sí, de que te vote y de que mande un email en los estertores de la campaña a su lista de contactos diciendo que él apoya a tu candidata y que espera que sus amigos, sus conocidos, sus contactos hagan lo propio. Y mientras sufrimos ese terrible dolor de cabeza provocado por el no dormir y por el estrujarse el cerebro tratando de adivinar cómo el otro está, deseamos pérfidamente en silencio que ese otro no pueda aguantar, que sea él el primero en bajar los brazos.
Esa sensación es… embriagadora.
De pequeño siempre quise estar en una guerra. Geográfica y temporalmente, lo más cerca que he estado fue durante mi visita al norte de Uganda y a la frontera con Sudán. Pero en lo que se refiere a esa sensación de no saber dónde está el fin, de no saber cuándo parar, de actuar sin descanso porque se desconoce dónde está la meta, dicha sensación, digo, puede ser experimentada en la locura diaria de una campaña.
Sorensen, el speechwriter de Kennedy plasma esta idea mucho mejor que yo en la siguiente frase de su biografía del presidente y en la que se refiere al proceso interminable de primarias demócratas del año 1960:
“He had just a little more courage … stamina, wisdom and character than any of the rest of the candidates.”
Ese “a little bit more” es el que marca la diferencia.