martes, 14 de septiembre de 2010

Pasadas semanas del mundo oteadas desde Albacete

Por razones de sobra conocidas ha sido fulgurante el paso de las últimas dos semanas. Miro con perplejidad el calendario: me he perdido algunos días. Y la correspondiente diversión política, siempre compleja, mutable, dinámica, en evolución sempiterna. La ventaja de la actualidad nacional e internacional es su similitud con las telenovelas latinas: salvo abruptos cambios de guionistas, el argumento sigue las mismas lógicas; y si sucede lo primero, el que la dinámica se mantenga hace que uno enseguida pueda subirse de nuevo al carrusel de emociones.

Así aconteció con la declaración de tregua unilateral de ETA el día 5 de septiembre apenas 20 horas antes del foroUSA.AB. O con los últimos movimientos de Sarkozy en nuestra vecina Galia, siempre con tales prisas por hacer y deshacer que los desmanes son en ocasiones desaforados.


Como dice Yasmina Reza, será que este frenetismo es un deseo interno “de combatir el drenaje del tiempo” (“to combat the slippage of time”). A veces pienso que Sarkozy aún no ha asumido (hasn’t come to terms yet with) el unamunoniano “sentimiento trágico de la vida” (algo que el sobrino de Pío Baroja nos dice que a su tío le costó la treintena de años y anestesió con esa “sensata y serena ataraxia” que tanto alivio trae aún cuando se corre el riesgo de dejarse caer por el barranco del nihilismo) y sustituye tal incapacidad por el sentido y abarrotado tráfico de su vida política.


A él le debemos ese primer highlight de la semana, y es que Francia sigue sin tener claro que quiere ser al jubilarse. La expulsión de partes de la población gitana de su territorio sería cómico si no fuera trágico: me pregunto cuál es el problema de seguridad o de indefinición de la identidad francesa que éstos representan.


No quiero caer en el lugar común porque me parece obvia la inmoralidad del asunto, pero el aspecto interesante a resaltar es la duda que se impone sobre la capacidad de la Unión Europea de hacer regresar al redil a los más díscolos.


La cuestión en cuestión es si un país firmante de un tratado de protección de derechos humanos puede ser sancionado por incumplimiento de éstos por el resto de estados firmantes. Tengo a mi espalda un libro sobre la jurisprudencia existente desde la firma de los acuerdos de Helsinki que dieron lugar a la creación de la OSCE y la multitud de casos y acusaciones, amenazas diplomáticas de sanciones políticas, entre los que respetaban y los que no los derechos en ese acuerdo reconocidos. La conclusión es, en resumen, que el principio de soberanía prima por encima de esos supuestos derechos reconocidos en tratados vinculantes. Es decir, que no.


Lo cual nos lleva a colegir que la UE tiene gran poder coercitivo cuando países vecinos quieren unirse a nuestro club (criterios de Copenhague) pero poco palo y poca zanahoria para hacer algo una vez dentro (excepción hecha del problema austríaco del 2000 con el ya difunto Haider que, a pesar de cerrarse en falso, obligó al cambio de coalición gubernamental en el país centroeuropeo).


Pero otro asunto interesantísimo es la revisión de la política de defensa (y de guerra) del Reino Unido. Apremiados por las facturas deben reducir presupuesto de uno y otro lado. Los Lib-Dems hicieron prometer a Camerón que no se tocaba ni la AOD (Ayuda Oficial al Desarrollo) ni el NHS (National Health System) lo que coloca en la mirilla de la escopeta de recortes, entre otros, al Ministerio de Defensa.


Lo cierto es que mi sesgo ideológico me hacía pensar que esa defensa a ultranza del NHS debía ser bienvenida. Tras un escrutinio más racional y al ver el siguiente gráfico debo admitir que los trade-offs hiciéronseme evidentes.


Sobre todo porque he leído en varias ocasiones que el aumento espectacular (humongous increase) de gasto en sanidad no se ha traducido en sustantivas mejoras del servicio. Habrá que comenzar a pensar en su eficiencia, en los retornos marginales, y considerar si no vale la pena restar un poquito de aquí (NHS) para no restar tanto de acá (defensa, educación). Siempre y cuando, claro, me pongo en la piel de un habitante de la Pérfida Albión, como democracia decidamos que este gasto en defensa es necesario, que nuestra misión en Afganistán merece la pena, que es imperioso que aún juguemos un papel en el mundo, etc, etc.


Una sugerencia (que nadie va a leer): recorten de disuasión nuclear. Los ejemplos históricos de Irán y de Corea del Norte nos dicen que no hace falta tener la bomba nuclear para conseguir ese efecto disuasorio: basta con fingir que se tiene. Al régimen de Pyongyang le es suficiente con haber explotado malamente un petardo nuclear para saberse a salvo de represalias y coacción nuclear. O como otro ejemplo histórico nos revela, no hacen falta las más de 10.000 cabezas nucleares estadounidenses ni las 17.000 soviéticas (sí, lo sé, soy un nostálgico) para obtener esa “paz nuclear”: con unas cuantas bien colocadas, bien escondidas, más otras falsas (dummies) se consigue el mismo efecto. Y si no que se lo pregunten a las 400 armas nucleares chinas.


Verbigracia, 400 que son menos de 10000 que son casi 17000. Es decir, mismo efecto pero a menor precio.


Admito que me falta saber el dato del despliegue británico pero me da una pereza volcánica el levantarme a por mi enciclopedia nuclear de bolsillo que dejé en la mesita de noche.


Como dice Waltz, “more [Nuclear Weapons] may be better”, pero, si me lo permitís, you don’t - really - need that many.


PS: Me tengo que despedir con un fragmento de la columna de David Trueba de hoy en El País. Sobre los libros de texto del nuevo curso escolar. Continúa mi risa desde esta mañana: “Las editoriales principales funcionan con un tono soprano, donde nadie se atreve a rechistarles, y a los padres que reivindican en público la razonable posibilidad de que sus diferentes hijos puedan heredar de año en año los libros de texto yo les recomendaría que miraran debajo del coche antes de arrancarlo por las mañanas”.

1 comentario:

  1. It seems to me that this whole affair is realpolitik par excellence: remember that Austria’s government of 2000 comprised the coalition of the Conservative and Haider’s right-wing Freedom Party that, admittedly, had never held back in their attacks against immigrants and hinted every so often at admiration of Nazi-era (e.g. employment) policies BUT, that most people hardly ever took seriously and to this point consider mere populists adept at capturing Austrian’s right-leanings and immigrant-fearing tendencies. Never did they go as far as proposing the expulsion of entire communities, based on their ethnic background, (EU-citizens at that!), AND YET the EU 14 moved swiftly to take measures against Austria, including breaking off all bilateral diplomatic contact, pledging to block any Austrian appointments to positions at international organizations and welcoming Austrian diplomats in EU capitals only on a technical basis (whatever that means). It took Martti Ahtisaari et al. to point out in their report on the sanctions against Austria that essentially, while there exist some worrying trends and abusive language, the legal context and the government’s general demeanor is conform with EU laws and values (at least no worse than in other European countries) and the measures taken by the remaining EU members were subsequently revoked.

    Personally I still welcome and kind of admire the European response at the time: point being, they were not leveled at the official EU-level but throughout conceived as bilateral – since they couldn’t legally be justified by the EU treaty, but European leaders wanted to do (or be seen to be doing) something. What we got as a response to the arguably (factually?) more extreme situation we are confronting today with regard to the expulsion of entire Roma communities in France was, uhm, a month-long silence from EU officials, then finally a frustrated outburst on behalf of Ms. Reding, and now talk of perhaps taking France to court, imposing a fine, or perhaps forcing a change in national legislation. Certainly not the kind of concerted European outrage that was poured over Austria. We still have to grow (sic).

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