Empezó este blog en Septiembre del 2009 con las elecciones a la alcaldía de la ciudad de Nueva York y su campaña electoral. Luego prosiguió con política estadounidense y algo de española. Ahora experimentaremos con un listado de los mejores artículos diarios de opinión de la prensa española hasta el 20N. Cada día, a eso de las 8 am, con un café, sabremos en qué piensa España.
ddddddEn la película Power (1986), un veterano asesor político, Gene Hackman, ya de capa caída, y su candidato se enfrentan en unas elecciones para el Senado contra un antiguo aprendiz de Hackman, exitoso ahora, Richard Gere, consultor para el principal favorito.
El candidato de Hackman es un independiente, un profesor de universidad con encanto pero sin posibilidades reales de victoria. Pero para Hackman, que dejó ya atrás sus mejores años, es una cuestión de honor: quiere que el profesor sea competitivo y evitar así un resultado final catastrófica (la derrota ya está aceptada).
jjjjjjjjjPero incluso eso, piensa Hackman, será difícil, pues no dispone de los recursos necesarios. Le falta algo por lo que suplica a Gere, apelando a los lejanos días de su relación. ¿El qué?
jjjjjjjjj“The demographics, God damn it!”
Cuanta más información tenga uno, por mala o incompleta que sea, mejor. Las decisiones tendrán mayor calidad. No cabe duda alguna.
Pero, ¿por qué es tan importante poseer esa información, esos datos demográficos?
En las campañas de la primera mitad del s. XX, lo importante era llevar el mensaje a toda la población. Eran los inicios de la comunicación de masas. Cuantos más ciudadanos escucharan sobre el candidato, mejor.
De ahí el spot televisivo de la campaña de Eisenhower para las presidenciales de 1952, que si no me equivoco fue uno de los primeros anuncios masivos electorales de la historia.
“Ike for President, Ike for President; You like Ike, I like Ike, Everybody likes Ike.”
Pero a mediados de los 60 los consultores y especialistas en campaña comprendieron algo: no tenía sentido tratar de convencer a aquellos que ya habían decidido que votarían en contra de su candidato. Y tampoco tenía lógica, por las mismas razones, malgastar recursos en convencer los ya convencidos.
El corolario es sencillo: gasta dinero y tiempo en llevar tu mensaje a aquellos que son más persuasibles.
Dos ejemplos:
Al comienzo de las elecciones presidenciales de1960, Richard Nixon, en aquel momento Vicepresidente con Eisenhower, prometió que durante la campaña visitaría todos y cada uno de los estados. La lucha se fue volviendo más encarnizada y Kennedy se acercaba peligrosamente, pero Nixon estaba obligado a cumplir con su palabra y tuvo que viajar a estados que tenía prácticamente asegurados y otros que tenía completamente perdidos. No eran consideraciones estratégicas sino respetar lo prometido: la opinión pública estadounidense no le hubiera permitido dejar en agua de borrajas su promesa. Y ahí tuvimos a Nixon, debiendo perder dos días cruciales de campaña en Alaska cuando ese tiempo y esos recursos podían haber sido utilizados en otras partes del país más sensibles a su mensaje.
36 años después, la campaña de Clinton y Gore creó mapas por ordenador con datos demográficos superpuestos (aparentemente esto es muy fácil de hacer con un software como GIS y con una buen listado de votantes). Gracias a diferentes encuestas telefónicas y grupos de discusión, la campaña averiguó que las madres solteras de EEUU eran relativamente favorables a Clinton-Gore. En cuanto se tuvieron dichos resultados, los ordenadores comenzaron a imprimir y señalar grandes concentraciones de madres solteras en aquellos estados en los que el pronóstico electoral fuera de empate. Al mismo tiempo, se ordenaron dichas localizaciones teniendo en cuenta el precio del mercado audiovisual que las cubría. Atendiendo a estos criterios, era evidente dónde había que comprar anuncios especialmente dirigidos a ese grupo social, dónde debía ir el Presidente y a dónde se debía enviar al Vicepresidente. ¿El resultado? Dinero y tiempo eficientemente empleados. Y victoria.
Estos dos ejemplos epitomizan cómo ha cambiado la estructura de las campañas en EEUU. Y el porqué.
Como decía antes, en el viejo tipo de campañas electorales, la estrategia de comunicación de un candidato era extender su mensaje lo máximo posible a través de periódicos, mítines y, literalmente, llamando a las puertas de todo el distrito. Esta estrategia era muy eficaz a la hora de contactar con el máximo número de votantes pero no era eficiente (Nixon no podría estar más de acuerdo). Poco se trataba de juntar el mensaje adecuado con el público adecuado.
Desde finales de los 60, cada campaña hace especial hincapié en descubrir cuáles son las preferencias de los votantes y dirigir a aquellos subgrupos que a priori sean más persuasibles el mensaje adecuado. Y así lo entendieron en la campaña de Clinton con su obsesión de última hora con las madres solteras.
Si durante mucho tiempo se trató de alcanzar al mayor número posible de votantes, hoy en día se busca focalizar la atención en el suelo más fértil, aquellos votantes a los que más fácilmente se pueda persuadir.
Permitiéndome el símil bélico, antes se utilizaba una ametralladora y ahora un rifle de precisión.
Y tras esta reflexión, la pregunta natural es ¿cuál es el swing voter en nuestro distrito? ¿Quién es votante al que dirigimos nuestro mensaje?
Y por eso en un distrito como el nuestro los debates entre candidatos son habituales. Hace tres días, el lunes 31 de agosto, tuvimos uno. No ha sido el primero ni será el último (cuento ya unos 6) y reconozco que uno siente una sana envidia al comprobar que uno tras otro los debates movilizan a un grupo de ciudadanos siempre heterogéneo que, en torno a los dos centenares, allí aparecen a escuchar lo que sus representantes, o candidatos a representantes, tienen que decir.
¿Hay debates en España entre los aspirantes a alcalde de ciudades de mediano, pequeño tamaño?
Por la preparación que dichos debates conllevan, nuestro fin de semana, el mío, fue muy intenso. No sólo había que repasar los temas más importantes de la actualidad neoyorquina y del barrio sino que había que estudiar con detenimiento lo que los otros candidatos habían pronunciado últimamente, bien de viva voz, bien a través de los medios. Así fue que nos quedamos hasta las tantas de la madrugada del lunes preparando la intervención y haciendo “opposition research” (o, en el argot, “oppo” o simplemente “O-R”).
A mí me tocó revisar los últimos dos años de publicaciones del NY Times en aquellos asuntos que tuvieran que ver con gobernanza en el Consejo Municipal de Nueva York, gastos discrecionales de los Concejales, la crisis económica y sus efectos en la ciudad y la limitación de mandatos para “public officials” (que en NY es de dos – 8 años – para alcalde y concejales aunque este año dicha limitación fue suspendida temporalmente habilitando así al alcalde Bloomberg y a otros concejales que ya habían permanecido por el periodo máximo – Diana entre ellos – a presentarse de nuevo) y, por supuesto, el historial de votos, declaraciones no acertadas y machadas de los otros candidatos.
Esto es un detalle menor pero este tipo de documentos se estructuran así:
ISSUE: Una línea.
STATEMENT: Posición del NYTimes con respecto a cada “issue”.
RESPONSE: Menos de cuatro líneas, razonamiento del candidato justificando el apoyo o la oposición al NYT en ese tema.
Incluso una candidata competente que ha sido la concejal durante los últimos 8 años, y que por tanto conoce mejor el distrito que nadie, necesita resúmenes sobre temas que quedan en los márgenes de su conocimiento. Proveímos pues a Diana con detalles, citas, cifras que respalden nuestros argumentos o minen los de los otros. A veces pensamos que la afinada retórica de un buen político no es más que un don con el que creció pero yo siempre tuve la impresión de que tras esa retórica había un trabajo de orfebre. El inteligentísimo Robert MacNamara, Secretario de Defensa con Kennedy y Johnson que falleció hace unos meses y por el que se acuñó la expresión “the best and the brightest”, comentaba en un documental sobre su vida (“The Fog of War”) que cada hora de comparecencia en alguna comisión del Senado (hearings) conllevaba una tediosa preparación de cuatro horas.
Así que preparamos con atención y esmero los temas, nos reunimos con Diana para discutir posturas en algunos temas y, finalmente, a las 3 de la mañana del lunes nos fuimos a dormir.
asdfasdfEl debate tenía lugar dicho lunes a las 7 de la tarde en las instalaciones de una Iglesia cercana (Primera Iglesia Presbiteriana, 161 South 3rd and Driggs St) a nuestra oficina de campaña. De nuestro equipo, no debía ir nadie más que Diana y el Campaign Manager, Antonio. El resto debíamos permanecer con lo que estábamos haciendo.
Ya comentaré esto en otra entrada pero es muy curioso ver cómo candidato (candidata, en este caso) y campaña jamás se encuentran. Diana nunca está en la oficina (¿para qué, si ya ni tiene nuestros votos?). Si acaso, pasa por la mañana para recibir instrucciones sobre qué debe hacer durante el día – aunque lógicamente el calendario se fija con muchas más antelación. Y la campaña, por su lado, realiza su trabajo totalmente al margen de la candidata. Déjenme refinar esto: no al margen, pues la actuación de la candidata sigue el mismo propósito y la misma estrategia que la campaña, pero sí independiente. En la oficina, “we run our show.”
ddddddEn EEUU esto se conoce como la regla de los dos sombreros (“two-hat rule”): no puedes llevar nunca dos a la vez. Y en ese sentido, Diana sigue, no sin quejas, sin reajustes, sin nuevas consideraciones, el plan que estableció la campaña hace tiempo.
Y esto para decir que, a pesar de no deber, me fui con ellos al debate. Que si no conocía a los otros candidatos todavía en persona, que no había visto un debate local en EEUU, etc. Todo valía para que invitado fuera. Y como Antonio y Diana me guardan buena consideración, me monté con ellos en el coche.
Cuál sería pues nuestra sorpresa al llegar a la sala, tras los saludos de rigor a nuestros incondicionales, intercambiar tarjetas con la prensa, apretones de manos con los líderes de la comunidad, y nos enteramos de que ninguno de ellos asistió. Ambos habían cancelado en el último minuto They chickened out, they dropped out, they stepped back. Como quieran decirlo: ninguno de los otros candidatos (Gerry Esposito, Maritza Dávila) apareció.
xxxxxxxxY a Diana pues le regalaron una oportunidad de oro para lucirse.
PS: ¿Dónde quedó todo nuestro trabajo del fin de semana?
Me entusiasmo con ese tema – moralidad en RRII, comportamientos éticos en una guerra, una campaña electoral como conflicto limitado (excepto en aquellas ocasiones en las que es ilimitado) – y me pierdo.
Describamos el campo de batalla en el que la anterior contienda está teniendo lugar.
El distrito engloba tres áreas bien diferenciadas.
Williamsburg
La primera, la más famosa y conocida por muchos, es Williamsburg, zona que en los últimos años ha sufrido un proceso de gentrification (movilidad de la población dentro de la ciudad, cambios poblacionales que aquí en los EUU han sucedido mucho más rápidamente que en Europa, pues tienen lugar en tan sólo cinco o diez años). Un barrio que en los años 30 estaba poblado por italianos, comenzó en los 40 y tras la Segunda Guerra Mundial a absorber población judía ortodoxa para más tarde ser puertorriqueño y ahora poseer mayoría dominicana. Algo que en estos últimos cinco/diez años ha comenzado a cambiar de nuevo pues bohemios y hipsters del Lower East Side se están mudando a los alrededores de Bedford Avenue, arteria principal de Williamsburg.
Esto ha hecho que los precios se hayan disparados y nuevos habitantes, hipsters, blancos, jóvenes o de mediana edad, lleguen al barrio con alto poder adquisitivo. Los alimentos, los servicios y, sobretodo, los alquilares empiezan a igualarse a sus equivalentes de Manhattan y la comunidad latina existente se ve empujada hacia el Este, hacia Ridgewood, principalmente.
WBurg Hipsters
Una de las trabajadoras de Diana me explicó un día como sus padres se enamoraron escuchando bachata en las calles del Lower East Side (LES): “jangueando en la calle”, cuando en los 60 esa zona de Nueva York era predominantemente latina. Cualquiera que haya visitado Manhattan recientemente sabe que lo que predomina ahora en el LES de NY son jóvenes, burgueses y artistas afamados sin ánimo revolucionario. Salvo algunos grupúsculos, hace mucho ya que se dejó de escuchar merengue en las calles del Lower East Side.
Estoy lleno de prejuicios, lo sé, y de ahí lo de “artistas afamados sin ánimo revolucionario” pero en verdad esto tiene su lógica. Cuando el Greenwich Village era una zona complicada, con violencia por drogas relativamente extendida, o cuando la Plaza Tompkins en el centro del Lower East Side epitomizaba los problemas crónicos de la sociedad estadounidense (años 80, pobreza, exclusión social, marginación, heroína, SIDA), intelectuales de pocos medios vivían en dichas zonas pues los alquilares, las rentas, eran mucho más baratos. La vanguardia más progresista convivía, que no necesariamente coludía, con cierta criminalidad y con minorías que, no pudiendo escapar de la espiral de la pobreza, ahí trataban de salir adelante, en barrios en los que era mejor no asomarse a partir de las 9 de la noche. Ese era el Manhattan de Barack Obama en 1983 cuando estudiaba en Columbia y, como dijo en octubre del año pasado al visitar brevemente nuestra Universidad, “the buildings of this area were not that nice then.”
Con los cambios que la ciudad experimentó a finales de los ochenta y principios de los 90 – en especial el descenso de criminalidad, el boom económico con Clinton, Giuliani y su teoría del cristal roto – una población blanca con alto nivel adquisitivo se mudó al Greenwich y al Lower East Side atraída por los bajos precios y la recién estrenada sensación de seguridad. Y como estos nuevos habitantes elevaron los precios, los verdaderos artistas y los latinos cruzaron a nado el East River y se fueron hacia Brooklyn, hacia Williamsburg primero y más tarde hacia Ridgewood.
Así que durante lo que quedaba de siglo XX, la población dominicana se asentó en Williamsburg y en el distrito 34, cerca de su antigua comunidad, el LES y el Village, pero al otro lado del rio. Lo que se quedó y permanece aún en el LES y en el Greenwich son intelectuales de postín, estudiantes internacionales de Columbia y de NYU (New York University) que han optado por vivir ahí, y algún famoso estadounidense que compró su apartamento en la Gran Manzana (Tom Hanks, Meg Ryan, Bruce Willis, el protagonista de “Doctor en Alaska”, al que una noche vi a lo lejos, de espaldas.)
Sobre esta línea argumental (que los intelectuales parten y los intelectualoides llegan, que generaliza, lo sé, pero explica bien, en mi opinión) no hace falta que a pie juntillas creáis lo que escribo. Don’t get my word for it. Aquí tenéis a alguien de la misma opinión:
Y lo que aquí discuto que tuvo lugar hace diez años vuelve a repetirse en Williamsburg. Y es que esa tregua desde el éxodo a principios de los 90 se ha vuelto a romper. De nuevo población con más recursos, más clara la piel y mayor educación se muda al distrito 34, repitiendo de nuevo la misma crónica de acontecimientos que ya rompió la comunidad latina del bajo Manhattan. Y ahora, esos latinos, se ven obligados a mudarse hacia el interior de Brooklyn y Queens.
FLUJOS DE POBLACIÓN EN EL SUR DE MANHATTAN (1980-2010)
Elaboración: Eduardo Mayoral (¡gracias!).
Esta es la causa de los principales problemas del distrito 34. Si es una zona con población muy dependiente, relativamente alta criminalidad, gran fracaso escolar y una renta media por debajo de los 18,000 dólares (que cualquiera que haya estado en NY sabe que es una miseria), ¿cómo puede, por ejemplo, dicha población optar a viviendas en su distrito, en su propia comunidad, cuando llegan jóvenes profesionales de Manhattan que cobran tres, cuatro o cinco veces esa cantidad y pujan también por el mismo alojamiento?
Pero el proceso de “gentrification” no es sólo particular de esa zona de Manhattan. En los últimos años la isla ha emblanquecido, cambiando lo que siempre fue el carácter interracial neoyorquino: el crisol de culturas, el melting-pot y su multiculturalidad.
Nueva York y Manhattan fueron multirraciales durante el siglo XIX y gran parte del XX. La inmigración llenó ambas de grupúsculos como Chinatown, Little Italy, Korean City, Harlem, el Harlem Latino, los enclaves puertorriqueños y dominicanos del Lower East Side y alguno más que ahora olvido.
Pero ya Manhattan hace mucho que se convirtió en una isla blanca. El boom económico de los 90 y la globalización tuvo un impacto dramático en su configuración. Wall Street y el Midtown repartieron dinero a raudales a los que ahí trabajaban, lo que atrajo a más población internacional y estadounidense de un poder adquisitivo alto, que a su vez expulsó poco a poco a los habitantes locales que hablaban chino, coreano, italiano (todavía), hindi y spanglish.
Quien haya estado por aquí seguramente me dirá que no, que en Manhattan todavía se ven latinos, afroamericanos, indios y asiáticos, pero la pregunta relevante no es tanto dónde trabajan sino dónde viven esos grupos raciales. Ninguno de ellos vive en Manhattan. Ahí trabajan y toman el metro o el tren todos los días pero en su mayoría, y muy pequeñas son las excepciones, provienen de Queens, del norte de Brooklyn o del Bronx. Manhattan es ahora una isla blanca, con una población relativamente joven y, sí acaso, lo poco interracial viene dado por la internacionalidad de su economía y el sector internacional público (ONU y similares). Pero no, no nos engañemos, Manhattan es blanca. Y rica.
Y sí me he entretenido aquí algo más de lo necesario se debe a que entender el proceso de “gentrification” que tiene lugar en Nueva York es la clave para comprender los problemas que sufre la población del distrito que Diana Reyna representa: la necesidad perentoria de vivienda asequible para una población con pocas oportunidades laborales, la carencia de servicios públicos de calidad e incluso de seguridad y protección por parte de la policía, lo lamentable del estado de algunas escuelas públicas.
Pero no os preocupéis, en cuanto los niños de esta población blanca que ahora llega joven empiecen a nacer y necesiten escuelas, y parques, y jardines, esos servicios florecerán. ¿Y por qué? Porque en el extremo, lo único que ata a la élite política con la población es el voto y la participación. Y como he dicho, siendo un barrio pobre y con bajos niveles de educación, la participación política en general y electoral en particular del distrito es mínima. Tan mínima que la gente no se inscribe en el censo, el instrumento que determina cuántos son los recursos que esa zona recibe. Ergo sin voto y sin población oficial, no se tiene influencia política y simplemente “the government passes by.”
Bushwick
La segunda área es Bushwick, la antigua zona rica del norte de Brooklyn. Hasta el apagón del 13 de julio de 1977, Bushwick sobresalía por su propia avenida Broadway, por la que transcurrían (y aún transcurren) las líneas J y Z, repleta de caras tiendas de muebles y multitud de teatros y restaurantes. Yo no estaba allí y no me ha dado tiempo a comprobar ninguna fuente impresa de la época pero según me han contado algunos vecinos, ese apagón supuso el fin de la belle epoque de Bushwick. Las veinticinco horas de anarquía, saqueos, violaciones, robos, atracos, inseguridad y violencia que siguieron a ese accidente eléctrico destrozaron la vida en esa parte de la ciudad. Y desde entonces, tras esa abrupta caída en la calidad de vida, Bushwick fue cayendo inexorablemente en las manos del crimen organizado primero, la droga después y actualmente “las gangas.” Una zona un poquito rough.
Recuerdo que en la conversación que mantuve con estos vecinos en medio de Bushwick, uno de ellos me preguntó:
-Until what time are you gonna be around, kiddo?
-I guess until it gets dark, 8ish.
-Yeah, that’s ok. You better get out of here before 8 because it gets a bit messy.
-¿Hasta qué hora te quedas, chico?
-Hasta que anochezca, sobre las 8.
-Sí, bien, porque después de las 8 la cosa se pone fea aquí.
Ridgewood
Y por último Ridgewood, un antiguo barrio de emigrantes de Alemania y Europa del Este que llegaron a Estados Unidos durante la depresión de los años 30 y en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial. Esa población, ya totalmente integrada y aumentado su poder adquisitivo, se mudó hace mucho hacia el interior de Long Island, más allá de la ciudad de Nueva York. En su lugar, la comunidad latina que ya no puede pagar los precios de Williamsburg encuentra aquí su acomodo ahora. Es la única parte del distrito 34 que no pertenece a Brooklyn sino a Queens y es un apósito que se añadió después del censo del año 2000. Esto nos llevaría a una discusión sobre el censo de EEUU y lo que se conoce como gerrymandering pero esto lo dejo para más adelante.
Manhattan desde Ridgewood
Y así Bushwick, Williamsburg y Ridgewood conforman el distrito 34.
Estudiado a nivel macro, el proceso de gentrification resulta gracioso: la propia ciudad tiene vida, organismo que muta y devora partes que antes estaban fuera de su alcance, que altera otras que estables parecían. Pero lo cierto es que a nivel micro la gracia desaparece. Historias de comunidades destruidas por la llegada de nuevos inmigrantes, extranjeros y nacionales, son habituales. Al fin y al cabo, la historia propia de Manhattan.
Esta entrada pretendía nada más que presentar las tres grandes subdivisiones geográficas del distrito 34 pero hacerlo sin incidir sobre el proceso de “gentrification” era dejar al artículo cojo. No es un tema sobre el que alguien pueda tomar partido: la movilidad geográfica es parte del carácter estadounidense (el Mito de la Frontera del XIX, el “political clustering” de los 90) pero lo es aún más del neoyorquino. Los que ahora se desplazan anteriormente desplazaron a otros.